música

16 jun 2010

La primera lluvia de mayo


La mañana era más gris de lo habitual. Despertaba con el cuerpo totalmente entumecido, mientras mi novia yacía en la cama con un ojo cerrado y el otro medio abierto. Había dejado que el reloj continuara girando, a pesar de que debía ir a mi mañanera jornada de estudios, sin embargo, ya me levantaba para surgir al nuevo día.

Al salir con mi garganta humeada y un abrigo de cuero en mi lomo, comencé a ser atacado por la primera lluvia de Mayo. Black Sabbath era mi banda sonora, mientras las micros pasaban y pasaban sin preguntarme mis obligaciones. Finalmente, sumergido en el colapso de los medios de transporte, ya sobre un bus, conseguí abrirme de un espacio entre toda la gente, para seguir la lectura que tenía pendiente desde el día anterior (William Blake: el matrimonio del cielo y el infierno)

El rostro del pueblo era desolador; no sé si promovido por el cansancio, el clima o el cuestionamiento de sus propias vidas, que se aclaran con la tristeza de la lluvia. Mi hermano me dijo una vez que las micros siempre se llenan más en los días fríos, y sobre todo si llueve; lo extraño es que siempre es lo que he vivido y aun no averiguo la razón de todo esto. ¿Será porque todos esperan 10 minutos antes de ir a sus labores, como lo hice yo en la mañana de hoy, será por una necesidad de llegar prontos a sus destinos determinando a los buses como criaderos de presos o no tendrá algún tipo de sentido lógico?

Finalmente había llegado el momento de bajarme y caminar hacía mi universidad, justamente fue cuando frente a mí me encontraba con dos mujeres y sus paraguas gigantescos, hablando del comercio de la vida y del cuál pienso que eran parte. Era arrogante su actitud, su paso pie tras pie y como no me dejaban pasar sobre ellas al encontrarme totalmente empapado.

Finalmente logré mi cometido: ingrese a clases 15 minutos tarde, separando la caparazón de cuero mojado de mi cuerpo; al mismo tiempo escuchaba las líneas de mi profesor, en referencia al texto “verdad y método” de Gadamer. Eran esos breves instantes, en los que mi pensamiento era dominado por el goce, internado en el posible estado de mi novia que dejé en casa hace una hora y 15 minutos.

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